Naemi Higashigata tenía 15 años cuando escribió el cuento que cambiaría su vida. En él, narraba la historia de su abuelo que sobrevivió a la bomba atómica de Hiroshima pero perdió a seres queridos y emigró a Argentina para reinventarse.
Ocho décadas después del horror nuclear, su relato –presentado en el Instituto Don Bosco de Rawson– resuena con escalofriante actualidad ante los conflictos actuales en Gaza, Ucrania y la usurpación británica de las Islas Malvinas con una base militar en nuestro territorio nacional.
Vidas conectadas con el mar: Al abuelo le apasionaba el deporte y -en especial – la natación. Naemi estudia ciencias vinculadas con el desarrollo marino.
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Su abuelo, un biólogo marino nacido cerca de Hiroshima en 1936, vivió en carne propia los estragos de la guerra: perdió a su tío Masao en el frente y, días después, a su tía y primos bajo el hongo nuclear.
La explosión no lo afectó porque estaba alejado -a unos pocos kilómetros del lugar- pero le costó la vida a familiares y seres queridos.
«Él reconstruyó su vida con disciplina como hizo Japón», relató Naemi.
La cultura oriental, que venera a los antepasados, le enseñó que “el respeto a los mayores es el cimiento de una sociedad” en una comparación inevitable que impacta con el espejo que nos devuelve la realidad argentina.
En las últimas semanas, se recibió de Técnica Superior de Análisis Químico Biológico. Ahora apunta a cursar la Licenciatura en las microalgas marinas.
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“Ahora estoy haciendo pasantías para seguir especializándome en un laboratorio de biotecnología. Luego, vamos a arrancar con un proyecto de investigación sobre espirulina”, precisó.
“Mi abuelo era ingeniero en pesquerías y yo estoy estudiando biología sobre microalgas”, conectó.
Pero su historia trasciende lo personal: es un espejo de cómo las potencias se levantan cuando valoran su historia.
En 2011, tras la muerte de su abuelo, Naemi plasmó su historia en «El mar, flores y mil grullas», un texto que mezcla cruda realidad y poesía. “Era mi forma de honrarlo ya que no pude decírselo en vida”. confesó en diálogo con ADNSUR.
En las últimas semanas, Naemi se recibió de Técnica Superior en Análisis Químico Biológico. El paso siguiente es estudiar la Licenciatura.
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“Cuando me relaciono, mucha gente me refiere a la inteligencia de los japoneses. Yo les respondo que no son muy inteligentes, son muy disciplinados. Son horas que se sientan a estudiar para entender los temas, no estudian de memoria solamente”, describió.
La joven, que era «tímida y callada», hoy estudia microalgas y organiza eventos. «Mi abuelo hizo triatlones a los 70; yo heredé su perseverancia«, asegura. Reconoce que lleva su legado «en la disciplina y el respeto».
“Incluso, me puse a estudiar teatro para superar mi timidez, tratar de autosuperarme y poder desarrollarme de mejor manera en la vida social”, recordó.
En los próximos días, se va a realizar un festival de ‘Animatsu’ en Trelew con una serie de actividades concebidas para los chicos y adolescentes. Naemi forma parte de la organización.
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El cuento termina con un ritual conmovedor: la familia despide al abuelo esparciendo sus cenizas en el mar junto a flores y grullas de papel que representan un símbolo de paz en Japón.
«Esa imagen resume todo: dolor pero también esperanza«, reflexionó Naemi.
«Cuando supe todo lo que tuvo que vivir mi abuelo, entendí por qué valoraba tanto el estudio y la familia». Insiste en que «la paz se construye recordando pero actuando».
A continuación, el texto íntegro que Naemi escribió a los 15 años, y que hoy –en un mundo aún convulsionado por conflictos devastadores y muertes de inocentes – adquiere nueva fuerza:
“EL MAR, FLORES Y MIL GRULLAS”
Nací cerca de Hiroshima, en marzo de 1936. Vivía en el campo, en una pequeña casa con mis padres cuando la guerra comenzó en 1937. En 1939, comenzó la guerra mundial. Mi tío Masao dejó a su esposa e hijos uniéndose a la guerra en su comienzo.
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Íbamos a visitarlos siempre que podíamos en acontecimientos familiares como cumpleaños y nacimientos hasta que el 1941 Japón ataca -sorpresivamente la base Pearl Harbour de EEUU provocando la guerra entre ellos y con ellos llegaron los primeros bombardeos.
Las visitas a Hiroshima eran recuerdos borrosos de tiempos mejores, el alimento era escaso y muchos morían víctimas del hambre y de los bombardeos. Japón se resistía contra EEUU.
Recibimos una carta comunicando la muerte de Masao, fuimos a llorar su muerte junto con mi tía y mis primos. Días después, el 6 de agosto de 1945 EEUU tira una bomba atómica en Hiroshima acabando así con miles de vidas entre ellas la de mi tía y mis primos que fueron al encuentro con Masao en el cielo.
Las grullas de papel son un símbolo de paz en Japón.
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Pasó mucho tiempo hasta que Japón se reconstruyó sobre sus ruinas. Estudié, me gradué y en el viaje de egresados de la universidad hice un largo viaje al extranjero hasta que elegí Argentina para asentarme
Años después, conocí a la sobrina de un amigo quien tuvo una vida muy dura. Su madre murió durante el parto de su hermana, su padre de la tristeza se suicidó dejándola a ella y a sus hermanos huérfanos. Ella y sus hermanos quedaron a cargo de una tía que no podía tener hijos. Ella era muy amable e inteligente y su marido era buena persona hasta que se perdía por la bebida.
Ella tenía 15 años cuando se casó conmigo, yo tenía 33 años en ese momento. Tuvimos 8 hijas y un hijo a los cuales les inculqué que no les dejaría una herencia material pero sí la conciencia del estudio para superarse. Me gustaba mucho la actividad física, entrené y gané carreras en maratones, nadando y en ciclismo, fui mencionado en el diario local por ser la persona de edad más avanzada participando en los duatlones y triatlones.
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Naemi escribió un cuento emotivo en honor a su abuelo. Un mensaje que cobra vigencia para la actualidad argentina.
Estuve cerca de la muerte por un ACV pero logré sobrevivir por mi buena condición física, sorprendiendo a todos ya que creían que no recuperaría mi movilidad por mi edad.
Un día antes de navidad, en un día frío en la playa junto a mi familia, a los 73 años morí. Morí nadando donde la muerte se sorprendió con una sonrisa, por todos los años que viví feliz con mi esposa, por tener una familia numerosa que me extrañaría y me lloraría y por morir haciendo lo que más me gustaba, nadar.
Mi familia me despidió tirando mis cenizas al mar, junto con mil grullas de papel armadas con sus propias manos y flores con una cinta blanca con el nombre de cada uno de ellos. Cumpliendo mi último deseo de estar fluyendo eternamente en el mar«.