Joaquín Furriel está viviendo una etapa consagratoria. Es que desde hace unos años se convirtió en uno de los actores más completos y sólidos de la industria argentina. Sin embargo, detrás de cada escena, de esa presencia avasallante y de sus fantásticas condiciones, se esconde una historia personal marcada por una enfermedad con la que convive desde la adolescencia.
No se trata de algo pasajero ni de una molestia menor. A los 16 años, Furriel fue diagnosticado con la enfermedad de Gilbert, un trastorno hepático genético que, aunque benigno, requiere atención constante. “Es una condición que te obliga a conocerte, a escucharte todo el tiempo”, admitió alguna vez. Y ese camino de autoobservación lo llevó a transformar su vida entera.
La enfermedad de Gilbert genera dificultades en el procesamiento de la bilirrubina, lo que puede derivar en episodios leves de ictericia, sobre todo cuando hay estrés, ayuno prolongado o desgaste físico. Por eso, Joaquín aprendió desde joven a ordenarse: alimentación cuidadosa, rutinas firmes y un estilo de vida marcado por la disciplina. Todo eso que hoy lo define no nació por gusto, sino por necesidad de estar bien.
“Soy consciente de lo que como desde los 16 años porque tengo una enzima que no segrego, que es la enfermedad de Gilbert, en mi hígado. Sé lo que me hace mal al hígado, ya tengo una conciencia alimentaria, qué comer y qué no comer, o qué significa cada comida”, dijo el protagonista de El Jardín de Bronce en una reciente nota a Infobae.
QUÉ HACE JOAQUÍN FURRIEL PARA MANTENERSE SALUDABLE POR LA CONDICIÓN QUE SUFRE
Luego Joaquín agregó cómo es su rutina en sus obras y cómo se prepara antes de cada función: “Ahora, cuando estoy de vacaciones, me funciona comer como quiero, inclusive a la hora que quiero. Me gusta desorganizarme mucho porque luego mi vida es mucho más esquemática. La relación que tengo con la actuación es deportiva. En mi imaginario yo quiero ser un actor de élite, tengo que entrenar, tengo un nebulizador con la solución fisiológica para hidratar muy bien las cuerdas vocales, hago todos ejercicios articulatorios que me da mi entrenadora vocal”.
Su cuerpo es parte de su herramienta de trabajo, y él lo trata como tal. Nada, entrena, hace cardio, y sostiene un régimen que parece más propio de un deportista de alto rendimiento que de un actor. Pero tiene sentido: Furriel se autodefine como ese “actor de élite” y se exige como si cada función fuese una final. No hay lugar para improvisaciones.
El cuidado no se limita a lo físico. Su voz también es un pilar que trabaja con rigurosidad. Usa nebulizadores, entrena con una fonoaudióloga y planifica cada registro con precisión. Y, por si algo faltaba, después de haber sufrido un ACV a los 40 años, redobló la apuesta. Lejos de frenarlo, ese episodio lo empujó aún más a vivir con conciencia plena.
Hoy, a los 50, Furriel no solo actúa: también inspira. Convirtió su vulnerabilidad en fortaleza y su condición médica en motor. Cada función es, al mismo tiempo, un despliegue artístico y un acto íntimo de cuidado. Porque más allá del personaje, está el hombre que eligió vivir con intensidad y sin miedo.