A 60 años de la publicación de la primera Claringrilla: secretos, curiosidades y un beneficio para la salud cerebral

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Blanca Lila y Beatriz Elena, las hermanas Orzábal, se llevaban tan pero tan bien que decidieron vivir en el mismo edificio de Recoleta, en avenida Las Heras, y hasta en el mismo piso, pero en departamentos separados. Su sintonía era tal que trabajaron juntas durante más de 30 años, sin un pero, y complementándose de manera aceitada. Por las exigencias de su labor cotidiana, preferían hablarse por teléfono, lo que hacían durante horas, hasta que por las costosas cuentas que llegaban a fin de mes, se las ingeniaron para seguir conversando pero… por ¡portero eléctrico!

Las Orzábal fueron las notables autoras de la Claringrilla, el popular juego de palabras que hay que completar, de manera horizontal, a partir de una serie de definiciones y con la ayuda de las sílabas de esas palabras a descubrir. También en el recuadro se esconde, en forma vertical, un pensamiento o alguna frase célebre. Con la de hoy ya son 20.446 publicaciones de este pasatiempo intelectual que, desde el 22 de abril de 1965, aparece en las páginas de Clarín de manera ininterrumpida, sin ausentarse ni una sola vez.

Maestra de castellano, jugadora de bridge, Blanca Lila era amiga de Roberto Noble, fundador del diario, y en una tarde veraniega en una quinta bonaerense, contemplando el atardecer y leyendo el matutino, se escuchó con tono burlón: «Rober, ¿quién hace las palabras cruzadas de tu diario? Porque son un desastre». Risas de un lado, silencio del otro… y una respuesta varios segundos después: «Sí, Blanquita, ya lo sé, viste, es algo que vengo pensando hace tiempo pero no encuentro a nadie que haga algo mejor». Otra pausa, ésta más larga: «Blanca, ¿vos te animarías?».

La réplica del mandamás desafió a Blanca Lila, dueña de un amplio vocabulario y degustadora de la gramática, quien con una sonrisa de satisfacción se apartó y se encerró en una habitación. «Esperame, Roberto, dame un rato y vuelvo». Un par de horas después la señora Orzábal le mostró un croquis en un trozo de papel que acompañó con una explicación que dejó boquiabierto a míster Noble. «Estás contratada, ¿cuándo podés empezar?».

Blanca estaba chocha por la posibilidad pero sabía que sería un trabajo exigente. Dejó de lado sus otros quehaceres y le propuso a su hermana Beatriz compartir la tarea, que con el correr de las publicaciones les insumía unas nueve horas por día a cada una «porque buscaban primero la frase/pensamiento y después cada palabra en el diccionario, era todo muy artesanal y con precisión de relojero». El recuerdo sale de boca de Cristian Helman (75), hijo de Beatriz, y que se sumó en 1998 a la ingeniería de la Claringrilla, tras la muerte de su tía y en 2000, cuando partió su madre, empezó a hacerse cargo solo.

Así salió la primera Claringrilla publicada el 22 de abril de 1965 en el diario Clarín.

«Estoy marcado de por vida por este pasatiempo, que es una institución, tiene vida propia y para mí es un orgullo seguir el legado de mi mamá y de mi tía», hace saber el hombre que es licenciado en sistemas y tenía un empresa de reforma de interiores, que decidió dejar de lado para zambullirse de lleno a su por entonces nueva actividad. «Las veía trabajar a mi mamá y mi tía y era un flor de trabajo, ellas siempre fueron puntillosas y tenían ese diccionario Sapiens, donde encontrabas palabras únicas… Yo tenía que mantener la rigurosidad, era un desafío grande», afirma.

Con un dejo de melancolía repasa algunos recuerdos veraniegos de fines de la década del sesenta. «Mi tía y mi mamá hacían un trabajo de orfebrería –sonríe–, bien artesanal, escribían a maquina, tenían una IBM y estaban todo el día con eso, buscando palabras en sus diccionarios que, por suerte, pude heredar. Lo dejaban todo con tal de cumplir y por momentos era el único tema… Cuando nos íbamos de vacaciones a Mar del Plata, se llevaban los diccionarios y la máquina de escribir y tipeaban en la carpa. Trabajaban con una anticipación de tres meses, por pedido del diario».

El hacedor de la Claringrilla, Cristian Helman, junto a su superpoblada biblioteca de todo tipo de diccionarios y enciclopedias. Foto: Andres D’Elia buenos aires Cristian Helman autor de la claringrilla notas entrevistas reportajes

El 1° de agosto de 2000, Helman debutó con su primera Claringrilla y no sólo con la presión de mantener la impronta de sus antecesoras, sino también golpeado por el lado emocional, por la pérdida de su tía Blanca y su madre Beatriz. «Desde mis quince años que venía viendo cómo ellas trabajaban y desde pibe empecé a hacer mis versiones de Claringrilla, para divertirme, para pasar el tiempo. Es decir que, en ese aspecto, no tuve problemas de adaptación cuando lo heredé, porque conocía la disciplina y la mecánica que requería».

Comenta Helman que la tecnología lo ayudó muchísimo y que el trabajo mantuvo calidad y rigurosidad aunque sin la necesidad de abocarse tantas horas. «Hoy me lleva unas tres horas armar cada una pero me manejo con un mes de anticipación. ¿Cómo es mi método? Parecido al de mi tía y mi madre… Primero busco la frase célebre que identifica a la columna, gracias a que tengo un banco de datos con un archivo de miles de textuales reconocidos, que tienen que tener una extensión de entre 37 y 42 letras, eso es muy puntual».

Blanca Lila y Beatriz Elena, las hermanas Orzábal, autoras intelectuales y materiales de la Claringrilla.

«No repito en un mes al mismo autor ni tampoco repito la temática –hace saber su estilo–. Es decir que no elijo tres frases seguidas sobre la amistad. No. Una sobre el amor, otra sobre los celos, alguna sobre la esperanza y así las elaboro. Procuro también que dejen alguna enseñanza y evito temáticas tristes. Una vez que tengo la frase lista voy pensando las palabras horizontales y ahí es cuando, gracias a un programa en la computadora, voy armándolas, ya que deben adecuarse a las letras de la frase ya elegida. Una vez que tengo todo, coloco las sílabas de las palabras a descubrir por orden alfabético».

Dice que las primeras tres o cuatro palabras «son sencillas para enganchar al lector, porque si se la complico de entrada, renuncia al juego –desliza entre risas. Entonces una vez que se embaló, empiezan las dificultades y no va a querer dejar el juego por la mitad», Además, remarca que tampoco repite ninguna palabra en un período de seis meses. «Es decir que en un año podría llegar a salir, a lo sumo, dos veces la misma. Tengo que ser muy cuidadoso, porque la Claringrilla genera adicción –más risas– y a los que la hacen no les gustan las palabras repetidas», asegura Helman, que dice que su ADN está marcado por este pasatiempo.

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Teresa, la jubilada que completa la Claringrilla desde hace más de 50 años

Una fanática de la Claringrilla por herencia

«Genera adicción», expresa a modo de broma su autor. Y lo que le sucede a Teresa Lavalle (89), vecina de Olivos, «es algo parecido», dice su hijo Mariano Cejas entre risas. «Mi mamá heredó la pasión por la Claringrilla de mi abuelo Jacobo, italiano, que empezó a hacerlas en 1965 teniendo segundo grado y con un diccionario al lado… Las hizo hasta el último día de su vida nunca dejó de hacerlas. Jacobo tenía una habitación con una pila de tres metros de Claringrillas completadas, ¿podés creer?. Cuando murió, en 1972, mi mamá siguió esa tradición que hasta el día de hoy no se modificó».

Jubilada, Teresa compra el diario de lunes a sábado y maldice no tener plata para comprarlo también el domingo. Se queja por el precio. «Yo me levanto a las seis de la mañana, bajo las escaleras, busco el Clarín que el diariero me deja en la puerta y desayuno haciendo la Claringrilla, que la termino a eso de las nueve de la mañana y ahí llamo a mi hijo para avisarle», le cuenta a este medio. «Es una fija, todos los días», corrobora Mariano enternecido.

Teresa Lavalle (89) hace la Claringrilla desde 1972 y cada mañana entre las 6 y las 9 lo termina y habla con su hijo Mariano para avisarle

Teresa vive sola y la Claringrilla es una de las ocupaciones ineludibles de cada jornada. «Cuando la termina, empieza con la lectura del diario, que lo lee de punta a punta. No tengo dudas que la lucidez y la agilidad que tiene mi vieja es gracias a esta gimnasia de todos los día, que la mantiene inquieta, curiosa y sociable. Hablar de Claringrilla es algo de todos los días, es como un tema religioso, viste, no falla», hace saber Mariano.

«Me tomo mi tiempo, no lo hago apurada, pero tengo mi estilo, viste», le cuenta a Clarín. «A veces no me sale en el momento, pero con el correr de la mañana me viene un poco de luz y resuelvo el problema. A veces no conozco las palabras, pero sé cómo combinar las sílabas y formar las palabras y la frase vertical. Pero no dejo nunca la Claringrilla incompleta, no me lo perdonaría».

«Efectos sobre la salud cerebral»

Está científicamente comprobado que actividades lúdicas como las palabras cruzadas o, en este caso, la Claringrilla, producen estímulo cognitivo. «Aunque nació como un simple pasatiempo, la práctica regular de juegos como la Claringrilla o los crucigramas tiene efectos muy positivos sobre la salud cerebral. Desde la neurociencia, sabemos que estos juegos estimulan áreas clave del cerebro asociadas con la atención, la memoria, el lenguaje y la resolución de problemas», hace saber Alejandro Andersson, médico neurólogo, director del Instituto de Neurología de Buenos Aires.

«Al activar redes neuronales complejas, estas actividades ayudan a fortalecer las conexiones sinápticas, lo que mejora la plasticidad cerebral. A largo plazo, se ha observado que quienes mantienen este tipo de estímulo mental retrasan el deterioro cognitivo y reducen el riesgo de enfermedades como la demencia senil o el Alzheimer –subraya Andersson. Además, este tipo de entrenamiento cognitivo diario contribuye a reducir el estrés, mejorar el estado de ánimo y mantener la agudeza mental en edades avanzadas. Así que sí, efectivamente: hacer la Claringrilla puede ser una excelente gimnasia para la mente».

Para el médico neurólogo, «una mayor actividad cognitiva se asocia con más autonomía, mejor capacidad de manejo del entorno y menor necesidad de asistencia. Los adultos mayores que no ejercitan su mente tienen más riesgo de dependencia funcional y deterioro progresivo. Además, el ejercicio intelectual frecuente también protege contra la depresión y la ansiedad, mejora la autoestima y proporciona sentido de propósito. En cambio, la inactividad mental puede favorecer el aislamiento y la apatía».

Sin duda que resolver un problema, como podría ser la satisfacción de lograr llegar al final de un juego de palabras o un rompecabezas, ese logro facilita la disminución del estrés y la mejora del estado de ánimo», certifica María Laura Santellán, psicóloga cognitiva. «Ese tipo de juego fomenta la concentración y la memoria, lo cual representa una ejercitación mental que reduce riesgos de deterioro cognitivo». y

Santellán señala que «el vínculo entre estrés, estado de ánimo y sensación de logro es muy estrecha, con lo cual cuando reducimos el estrés mejoramos la sensación de bienestar general. Por eso los juegos cognitivos pueden ser una forma beneficiosa de mantener la mente activa y saludable para combatir el estrés y ayudar a ejercitar la capacidad de evocación, o sea, recordar información«.

MG

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